domingo, 16 de agosto de 2009

Dos caras

... llegar ahí... puntual a la cita con el espejo, la otra cara de la luna. Mirar en lo profundo el orgullo del deber cumplido, y la nostalgia por la plenitud de las horas irrepetibles. Ese doloroso ser y no ser, el gozo de saberse a pesar de las incógnitas. La cotidiana lucha por emerger más allá de la imagen, la chispa jamás extinguida, el alma intacta. El grito callado, o esos silencios de agua... cuando no la risa a flor de piel, la mirada pletórica. El cargar culpas propias y ajenas, perdonándolas todas. Encuentros, desencuentros, re-encuentros. El plantar y plantar para cosechar, el pertenecer, el conato de fugas inciertas. Ese callar sabio para salvar el pellejo, ese rendirse a la paz sin claudicar. El incomprendido volar que no te aleja de nadie, sino que te acerca más a ti. Querer estar. Hilvanar-deshilvanar a tiempo y destiempo hilos de cordura. La paciencia en la yema de los dedos para acariciar el trueno. Nombrarse letra a letra, hasta dar con el nombre soy.
Esos dos “yo” que tiran y aflojan cuidando no romperse en la disputa. Ese rogar que no le pidan a uno todo para que quede algo para dar. Cerrar los ojos vislumbrando el camino andado. Todos los sentidos alertas por el tramo por recorrer. Sonreír y llorar por las ausencias, las de antes, las de hoy, las de mañana... porque entre más nostalgias tengas es que más cosas buenas has tenido. Llevar con dignidad tristezas que se cargan en la sangre de generación a generación. Amar sin pretextos ni ataduras. Estar en el preciso instante de la conjugación de todos los verbos que se graban a esa piel que por fin ya no es cárcel. Porque el saberse único, irrepetible y perfectible, sólo eso, te libera...

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